Segunda parte

Cuando el sol se posa sobre el lago Léman, Lausana se despierta como una mujer que toma las riendas. No corre, no se impone, no presume. Solo se deja mirar. Con su acento de frontera y su aroma a chocolate tibio, esta ciudad Suiza amanece rodeada de viñedos y niebla, mientras el reloj de la catedral de Notre-Dame marca un tiempo que empieza a apremiar.
Porque la gran energía que proyecta es su promesa: El amor, la danza de la vida entusiasta como si nada faltara.
Bailar esta pequeña y sofisticada ciudad es caminar
Aquí donde el agua dibuja la curva de Europa, no se llega : se detiene. A orillas del lago, frente a la francesa Évian su vecina adorada, Lausana posa como una bailarina antigua, elevada y sutil. Desde tiempos celtas sabe del peso de la historia, pero no lo arrastra: lo transforma en belleza en impulso.
Recientemente la ciudad sembró jardines en sus plazas y escaleras, como quien lanza una pregunta al mundo. El festival Lausanne Jardins surgió como un poema verde entre muros de piedra y callejones húmedos. Casi cuarenta instalaciones salpicaron la ciudad con preguntas sobre el agua, la naturaleza y lo humano. Así nos convertimos en testigos de una Lausana que florece incluso en sus grietas.
Lausana baila, sueña, se funde. Las tradiciones chocolateras, repartidas como baluartes dulces en cada barrio, ofrecen más que azúcar: ofrecen memoria y tradición. En sus vitrinas de cristal, el cacao cuenta historias de ternura helvética, de precisión artesanal, de oficios que se heredan. Recorrer estas rutas de chocolate es entrar a un templo sin columnas, donde el incienso es aroma de avellana… de esperanza.
Sus quesos y carnes también son excepcionales.
Vamos… los viñedos de Lavaux descienden hasta el agua como plegarias. Viñas en terrazas, besadas por el sol, dan a la ciudad un pulso antiguo. Aquí no solo se bebe vino: se contempla. Con los labios húmedos y el alma quieta, se agradece al paisaje por su generosidad.
Desde esta serenidad, Lausana nombra sin gritar. Es capital olímpica, pero no de mármol ni de estandartes. Acoge con humildad al Comité Olímpico Internacional y al Museo Olímpico, donde el deporte se vuelve relato, rito, símbolo. Un salto, una raqueta, una antorcha: todo cabe en las vitrinas donde reposa la épica humana.
Acoge también a estudiantes de todo el mundo que vienen a perfeccionarse en hotelería y administración, en arte.
Y cuando el día termina, una voz se alza desde la catedral. No es leyenda ni grabación: es un hombre. El “guet”, como desde 1405, canta las horas a viva voz desde lo alto de la torre. Su canto no busca ser oído por todos, sino por quien aún cree que las ciudades deben tener guardianes.
El cuerpo encuentra también su santuario. Senderos que bordean el lago, baños termales, natación en aguas frías: Lausana se ofrece como refugio para quien desea recordar que habitar el cuerpo como si fuese un templo es un acto de gratitud, de dignidad. Cada piedra, cada banco, cada sombra se convierte en parte de ese bienestar que no se anuncia, pero se siente.
Y en su núcleo más íntimo, sigue bailando el alma de del gran Béjart. El Ballet de Lausana, herencia viva de Maurice Béjart, mantiene la llama de una danza que no sólo se ve, sino que sacude. El escenario es un espejo donde los cuerpos expresan lo que las palabras no alcanzan. Allí, entre luces y movimiento, la ciudad entera se convierte en un recinto sagrado para quien sepa valorarlo.
Lausana no se visita. Lausana se escucha, se camina, se respira. Se siente. No pregunta quién eres, pero te ofrece un espejo desde su lago. No presume lo que tiene, pero te da todo. Y cuando partes, algo de ti —una emoción, una imagen, un ritmo— decide quedarse en tu corazón. Porque Lausana es una forma de vivir y recordar lo que significa habitar el mundo con paz, dignidad y belleza. Imperdible!!!