A Carlos Manzo, el que no bajó la mirada
No lo mataron a él,
nos mataron a todos un poco.
A los que todavía creemos que servir al pueblo
no debería costarte la vida.
A Carlos lo alcanzó la noche
pero un hombre que camina derecho
no muere: se multiplica en la rabia de los que quedan.
Hoy México no duerme,
porque el miedo se nos volvió vecino,
porque el suelo ya no distingue
la sangre del sudor.
Y cada padre que mira a su hijo
piensa en el día que el país
deje de comerse a sus mejores hombres.
Carlos, no eras santo ni soldado,
eras uno de los nuestros:
un hombre que soñó con limpiar el lodo
y terminó tragado por él.
Pero te juro, hermano,
que mientras haya un mexicano
que se niegue a acostumbrarse,
tu nombre seguirá marchando.
No hay consuelo en la justicia tardía,
ni en las flores sobre un cuerpo valiente.
Solo queda el grito,
el puño,
la promesa:
no dejaremos que tu muerte se vuelva estadística,
ni que tu memoria se oxide en los titulares.
México es el país que entierra a sus valientes
Otra vez mi patria amanece de rodillas.
Otra vez la violencia se traga a un hombre bueno.
hay muertes que no se apagan:
arden en la conciencia de un pueblo cansado.
Hoy su sombrero vacío pesa más que una montaña.
Su hijo mirará al cielo y preguntará por qué.
Y nadie sabrá responderle
sin sentir vergüenza.
Porque no puede haber patria
si los hombres buenos no vuelven a casa.
Un país que entierra a sus valientes
acaba cavando su propia tumba.
Que el cielo te reciba con la luz
que aquí te negaron.
Y que los que quedamos
aprendamos, por fin,
a no quedarnos callados.
Descansa, Carlos,
en el lugar donde no llegan las balas.
Aquí seguiremos los vivos,
intentando merecer el suelo
que hombres como tú defendieron sin miedo.
De: DANIEL HABIF

