
Santillana del mar es una latitud en Cantabria España
Un pueblo que parece susurrarnos al recorrerlo historias del medioevo, así se siente su energía, fuerte y echada pa delante.
Santillana del Mar es así. En sus canteras dormitan los siglos, en sus calles se despliegan las sombras de un pasado que se resiste a desvanecerse. Aquí, el tiempo no avanza; más bien, se arremolina en las esquinas, suspendido entre el aroma de la tierra mojada y el eco de pisadas antiguas.
Nos reciben con un pan llamado sobaos y dulces y leche recién ordeñada que alegría!
Sitio misterioso donde puedes sentirte atrapado en un embrujo medieval. Sus casas de piedra, con balcones de madera oscurecida por el paso del tiempo, sus ventanas diminutas y sus blasones tallados con orgullo, parecen sacados de un viejo códice. Pero más allá de su apariencia, Santillana del Mar guarda en su corazón la esencia de una España que aún respira entre muros centenarios.
En el centro de este pueblo eterno se alza la Colegiata de Santa Juliana, un convento, joya del románico que parece haber nacido de la misma piedra sobre la que descansa. Su claustro es un lugar de silencios y murmullos, donde las columnas sostienen no solo el peso del edificio, sino el de innumerables plegarias pronunciadas a lo largo de los siglos. Aquí puedes sentirte estremecido como si penetraras en un espacio donde lo divino y lo terrenal se encuentran en un abrazo sin tiempo.
Pero Santillana del Mar no es solo su arquitectura, lo es su gente es protectora y amigable…
Es también el aroma del pan recién horneado que se filtra por las calles empedradas. Es la promesa de un banquete tras una larga caminata. La gastronomía de esta villa es un canto a la tierra y al mar. Aquí, el cocido montañés calienta el alma con su mezcla de alubias y compango. La merluza en salsa verde, con su delicado perfume a mar y perejil, deslumbra con su sencillez. Y los sobaos y quesadas, dulces nacidos en la paciencia del fogón, endulzan las sobremesas con el sabor de lo auténtico de la memoria.
Es verano, cuando el sol se filtra entre las callejuelas, y Santillana del Mar esta llena de vida. Las festividades en honor a Santa Juliana convierten el pueblo en un torbellino de música y danzas, donde los pobladores celebran no solo a su patrona, sino también la perpetuidad de sus tradiciones con mucha fe. En las noches cálidas, el sonido de gaitas y tamboriles se mezcla con el murmullo de las voces… las conversaciones en las plazas, donde los ancianos cuentan historias y los niños corren sin miedo al tiempo.
Aquí, cada piedra tiene una voz y cada sombra una historia. Santillana del Mar no se visita: se habita, se siente, se respira. Es un lugar donde el alma encuentra refugio y a donde, al partir, o regresar, uno se lleva en el corazón el recuerdo dulce de los siglos. Porque quien ha caminado sus calles sabe que, en algún rincón de su memoria, Santillana del Mar se queda en ti, y ahora beberé un vaso de leche para despedirme de este pueblo cariñoso y sobrio.
Imperdible Santillana del mar.