Sintra, Portugal

Natura y arte ancestral de Portugal

Sintra es entrar en un cuento que aún no ha decidido si quiere ser romántico, gótico o simplemente onírico. La niebla que se posa sobre las cumbres, los palacios que parecen extraídos de un delirio de arquitectos soñadores y el aroma de humedad antigua en cada piedra hacen que uno se pregunte si realmente ha llegado a una ciudad o ha sido transportado a una dimensión secreta de Portugal.

Ubicada a menos de una hora en tren desde Lisboa en Portugal, o media hora en auto,  Sintra recibe suave: estaciones pequeñas, montañas verdes que parecen observarte y una calma que no es silenciosa sino llena de ecos. Subir por sus caminos empedrados es ir dejando atrás la lógica del mundo moderno, y el ruidero!

Todo en Sintra está construido para perderse, como si los árabes, los reyes y los románticos del siglo XIX que la habitaron hubieran querido dejar un laberinto emocional y estratégico. El Palacio Nacional con sus chimeneas cónicas blancas es sólo la puerta de entrada. Hora estamos en el Palacio da Pena, capricho de colores, con toques moriscos, manuelinos y visigodos, como si un caleidoscopio hubiera diseñado una fortaleza. El castillo de los moros vigila desde lo alto, y abajo, jardines con helechos gigantes y camelias se abrazan al tiempo, con esas figuras casi mitológicas en las puertas llamadas gárgolas que se creía protegían mágicamente del enemigo que quisiera invadir la propiedad.

Sintra duele…

Porque todo lo bello que ha tocado el abandono genera nostalgia. Porque las casas de nobles, con balcones desportillados y azulejos desconchados, recuerdan la historia que ya nadie recuerda. Porque los cafés elegantes, donde aún se sirven  deliciosas queijadas y travesseiros, intentan detener el reloj mientras la ciudad se moderniza lentamente, sin orden, entre filas de turistas.

Sintra seduce…

Porque caminar por la calle  Quinta da Regaleira es aceptar una iniciación. Los túneles subterráneos, los pozos iniciáticos, las gárgolas escondidas y los símbolos alquímicos son una experiencia ritual más que turística. Es un espacio que pide silencio, atención, entrega.

En los últimos años, nuevas propuestas culturales han refrescado la atmósfera melancólica. El Centro Cultural Olga Cadaval acoge conciertos y exposiciones de artistas jóvenes. El Festival de Jardines ha recuperado espacios verdes con instalaciones contemporáneas, un diálogo inesperado entre lo clásico y lo efímero. Y pequeños talleres artesanales, lejos del mercado de souvenirs, han vuelto a tejer con manos portuguesas lo que parecía perdido.

Entro al mercadillo y llevo conmigo textiles, una toalla de gato para Sandro y servilletas de lino impecable, pues sus telas son de la mas alta calidad, así como sus artesanos en mosaicos nos muestras sus ultimas artes dignas de museo.

Vamos…

El clima cambia con cada curva. Puede llover solo en la cima del monte, mientras abajo se asolea. Como el preámbulo de la geopolítica que nos rodea y condiciona.

Esta geografía viva es también el humor y carácter de sus habitantes: reservados, atentos, conocedores de un secreto que no comparten fácilmente.

Saliendo del Castillo de La Pena, impresionante por sus símbolos, bajamos por sus parajes arbolados, abrimos un vino  traído de Oporto, y comimos pan con un especial de bacalao, delicia…

Sintra no se visita. Se atraviesa. Se intuye. Y se deja, al final del día, con una ligera melancolía, con un poco de moho en la ropa y el corazón lleno de respuestas e imágenes.

Quizá por eso Lord Byron la llamó un “glorioso edén”. Quizá por eso, cuando uno la deja, desea regresar. Volveré Sintra!